Un símil ampliamente utilizado para comprender de manera didáctica el concepto de energía reactiva es el de la cerveza:
Un buen vaso de cerveza tiene mucho líquido y un poco de espuma. Asumiendo el líquido de la cerveza como la energía activa (la cual genera trabajo útil: calienta, mueve, ilumina, etc.) y la espuma como la energía reactiva (requerida por equipos que necesitan de campo eléctrico o magnético para su funcionamiento), sería deseable que en el mismo vaso (redes eléctricas), hubiera mucho más líquido (energía activa) que espuma (energía reactiva).
Así, la energía reactiva se puede entender como una energía que ocupa espacio de las redes eléctricas, pero no es útil a la hora de hacer trabajo.
La energía reactiva se divide en dos clases: capacitiva e inductiva dependiendo de los equipos eléctricos que cada instalación tenga. En general, la energía reactiva se genera en todo equipo que necesite campos eléctricos o magnéticos para su funcionamiento: motores, frigoríficos, fundidoras, entre otros.
Como esta energía reactiva satura las redes, es necesario para las empresas reducirla a su mínima expresión para evitar problemas en la calidad de la energía, sobrecargas e ineficiencias que redundarían en mayores costos para prestar el servicio.